JESÚS DE NAZARETH
HISTORIA DE UN HOMBRE-DIOS EN LA HISTORIA
Jesús de Nazareth es un "caso" absolutamente singular.
Quien es cristiano, o sea, "de Cristo", no puede no crecer en su comprensión. El deber de comprender quién es Cristo es, para los creyentes, obligatorio, inacabable, gratificante.
La búsqueda debe partir de la historia porque debe ser compartida por quienquiera que desee buscar la verdad sin prejuicios, para arribar a la teología, suponiendo en este caso la fe.
De Jesús directamente no tenemos nada: ni retratos ni autobiografías.
Todo lo que sabemos de Él es mediato, comentado por testigos que han visto, han oído, han tocado.
De Jesús entonces se puede hacer una reconstrucción aproximativa: la verdad sobre Él va siempre más allá de nuestra voluntad de identificación. Pero no obstante, a través de los documentos que poseemos sobre Él, podemos hacerle un identikit bastante seguro.
Partiendo de los Evangelios y deteniéndonos en ellos, excluimos voluntariamente a los autores paganos (Tácito, Salustio, Plinio, Séneca, etc.) y hebreos (Flavio Josefo) porque traen testimonios indirectos sobre Jesús; y los Evangelios apócrifos, porque no son atendibles.
El deseo es que al fin todos puedan llegar a proclamar con la lengua y testimonien con la vida que: "Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios", y poseer la vida en su nombre (cf Jn 20,31).
EL ASPECTO EXTERIOR
Partamos para nuestra búsqueda sobre Jesús, de su aspecto exterior, de lo que se percibía, de lo que era observable por parte de quien lo encontraba por las calles de Palestina.
¿Cómo iba vestido?
De lo que los Evangelios nos dicen, ¡iba vestido muy bien! No se viste como Juan el Bautista (vestido con pelos de camello sostenidos con un cinturón de piel) sino con la ropa de los hebreos observantes y de los notables: llevaba una túnica bastante preciosa, tanto que los soldados al pie de la cruz no quieren partirla (cf Jn 19, 23,24) y el manto de los rabinos con las franjas (cf Mt 9, 20,22).
¿Cómo se lo llama?
Se dirigen a Él con el título de "Señor y Maestro" (cf Mt 8, 6-8 – 15, 22-28 – 22, 16-24-26) y Él no rechaza estos títulos honrosos, antes bien declara que le son pertinentes: "Ustedes me llaman Señor y Maestro y hacen bien, porque lo soy" (Jn 13,13).
¿A quién frecuenta?
Su señorío le consiente ser invitado a casas de personas socialmente bien vistas (Mt 9,10 – Lc 5, 29 – 7, 36-50 – 11, 37 – 14,1 – 15,1-2), pero no desdeña hablar con los humildes y enseñar de acuerdo a las experiencias de ellos (cf las parábolas: pescadores, pastores, amas de casa, etc.). Parece que los desventurados y los oprimidos son el objeto de sus atenciones: "Vengan a Mí todos los que están cansados y oprimidos y Yo los aliviaré" (Mt 11,28).
¿Dónde vive?
En Cafarnaún de Galilea, habitualmente vive en lo de San Pedro (Mc 1,29-35 – 2,1-2). En Betania, en lo de sus amigos: Lázaro, Marta y Maria (Lc 10, 38-42). También en el extranjero, en Fenicia, tiene donde vivir (Mc 7, 24). El famoso dicho "El Hijo del hombre no tiene donde reposar su cabeza" (Mt 8,20) se entiende como expresión dirigida a aquellos que quieren seguir a Cristo en un estado de compromiso con el bienestar burgués de la vida.
¿Tenía buena salud?
Siempre en los Evangelios, Jesús se nos aparece como de buena salud. Resistente a la fatiga y al agotamiento. Ama comenzar tempranísimo la jornada (Mc 1,35), a veces permanece en vela toda la noche (Lc 6, 12), soporta el estrés (Mc 3, 20 – 6, 31).
Jesús era un formidable caminante: ¡ha recorrido toda Palestina a lo largo y a lo ancho varias veces!
¿Era hermoso o feo?
Probablemente era atractivo. Lucas (11,27-28) nos narra que una mujer hace elogios a su madre que había dado a luz un hombre de tal fascinación y Jesús la invita a poner más pertinente atención no tanto en su apariencia sino a la palabra de Dios que Él predica.
Pero aún hay un elemento que no escapa a nuestra consideración, siendo éste el espejo del alma: el ojo (Mt 6, 22). Los Evangelios consignan la mirada de Jesús, como mirar alrededor (periblépesthe), mirar a lo alto (anablépein) y mirar hacia adentro (emblépein).
Mirar alrededor indica muchas actitudes de Jesús: afecto hacia los discípulos (Mc 3,34), desdén (Mc 3,5 y 11,11). El mirar hacia arriba indica la postura de la oración (Mc 6,41 y 7,34). El mirar hacia adentro indica en cambio el escrutar los corazones y los pensamientos (Lc 17,18 y Mc 10,21) y sobre todo, la mirada que marca para siempre a San Pedro (Jn 1,41 y Lc 22, 61-62).
LA PSICOLOGÍA DE JESÚS
También sobre este punto los Evangelios nos revelan, a través de varios testimonios, los pensamientos, la mentalidad, los afectos, los sentimientos, el temperamento, el estilo expresivo comportamental de Jesús de Nazareth.
- Gran claridad de ideas:
no usa nunca fórmulas dubitativas: "quizás, me parece, puede ser…"
- Atención a la realidad humana:
Jesús es un gran observador de lo cotidiano (Lc 7, 32: los niños que tocan música y bailan, el vecino latoso, la mujer que da vuelta la casa en busca del dinero perdido, la parturienta que primero grita y luego se llena de alegría, los banqueros que ofrecen un interés sobre el capital que se les confía, los braceros desocupados, el ama de casa que prepara la harina con levadura para el pan, etc.).
- Fuerte voluntad:
"Se dirigió decididamente hacia Jerusalén" (Lc 9,15). Él camina delante de sus discípulos, sin titubear (Mc 10, 32).
- Es libre frente a parientes y opositores:
tan libre que lo creen loco (Mc 3, 21). Es libre frente a la autoridad: "Mi Padre trabaja siempre y Yo también trabajo" (Jn 5,17). Él reconoce la autoridad constituida, sea religiosa o política, pero no tiene temores reverenciales en su relación. Basta pensar en los "Cuidado!" dirigidos a los escribas y fariseos (Mt 23,32), al epíteto dado a Herodes: "zorro" (Lc 13,32) y al reconocimiento que los fariseos y los herodianos le dirigen: "Maestro, sabemos que eres sincero y no tienes en cuenta la condición de las personas, porque no te fijas en la categoría de nadie, sino que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios" (Mc 12,14).
- Es libre hacia sus amigos:
el caso más clamoroso es aquel de Pedro, cuando lo llama satanás (Mt, 16,21)
- Es libre de los juicios ajenos:
No se preocupa de los juicios malévolos (Mt 11, 19). Se diría que tiene válido para sí la amonestación que dirige a los otros: "Ay de ustedes cuando los elogien" (Lc, 6,26).
- Es sensible y lleno de compasión: siente tristeza y rabia por la dureza de corazón de sus contemporáneos (Mc 3,16). Siente compasión por la desventura de la viuda de Naím (Lc 7,13), o por los ciegos de Jericó (Mt 20,34), o por la muchedumbre hambrienta (Mc 8,1) y extraviada como ovejas sin pastor (Mc 6, 34).
- Es amigo:
los Apóstoles son sus amigos (Jn 15,5). Se preocupa por ellos cuando los ve cansados: "Vengan ustedes solos a un lugar aparte, para descansar un poco" (Mc 6, 31). Tiene predilección por tres de ellos: Pedro, Santiago y Juan, y los quiere con Él en la hora de la luz (Mc 9,28) y en la hora de las tinieblas (Mc 14,32). Más que a todos ama a Juan (el discípulo que Jesús amaba en absoluto: Jn 13,23 – 19,5 – 20,2 – 21,7 – 21,20). Es además, amigo de Lázaro y de sus hermanas (Jn 11,5).
- No se avergüenza de los niños y de las mujeres:
es de notar la amabilidad de Jesús hacia los niños (Mc 10, 13-16) y es manifiesta la gentileza de ánimo hacia las mujeres. Salva de la lapidación a la adúltera (Jn 8, 1-11). Alaba a la prostituta que le unge los pies (Lc 7, 36-50). Habla con libertad con la samaritana en el pozo de Jacob, tanto que los discípulos se admiran que hable con una mujer (Jn 4,27).
- Dominio de sí:
Permanece tranquilo y sereno aún en el medio de una tempestad (Mc 4, 35-41) y cuando lo quieren despeñar desde un precipicio, Él se va pasando en medio de la turba enfurecida (Lc 4, 28-30).
- Llora y se alegra:
Ante las lágrimas de Maria, hermana de Lázaro, se turba (Jn 11,33) y delante del sepulcro del amigo, llora (Jn 11,35). Contemplando la ciudad santa, Jerusalén, llora porque esa ciudad no ha reconocido el día de la visita de su Señor (Lc 10, 41-42). Se alegra cuando los discípulos regresan llenos de alegría de su misión (exultó en el espíritu) (Lc 10, 17-21). Sabe estar en compañía, visto que tantos vividores y frívolos lo invitan a comer en sus casas. Si hubiera sido serio y taciturno no lo hubieran invitado nunca!.
- Es un integrado:
Jesús está perfectamente integrado en la sociedad de su tiempo. Es observante del sábado, celebra la Pascua, paga los impuestos (Mt 17, 24-25), respeta cada ordenamiento, aún el sanitario: "preséntense a los sacerdotes, para que constaten la curación" (cf Lc 17,14) dice a los leprosos curados, respeta el orden político "Dad al César lo que es del César" (Mt 12,13-17). Sabe gestionar la vida de la comunidad gracias al dinero y no sólo a la Providencia. En fin, no tiene vergüenza de plantear la "ganancia" (aunque sea una ganancia ultraterrena), como incitación a obrar bien (Mt 5,2 – 6,4 – 6,17 – Lc 6.23), aún en esto, Jesús era un hombre "concreto y práctico" y no un desapegado y desinteresado.
LA ORIGINALIDAD DE SU DOCTRINA Y DE SUS ACTOS
Una doctrina nueva: "¡Nadie ha hablado como habla este hombre!" (Jn 7,46) afirman los guardias del Sanedrín enviados a arrestar a Jesús. Ya en el inicio de su ministerio público quienes lo escuchan se dan cuenta de estar frente a algo inesperado, inédito, desconcertante, y quedan intimidados. Marcos nos refiere que en Cafarnaún "Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad" (Mc 1,27). Jesús enseña entonces con un modo diverso al usado por los escribas. No permanece aséptico a la enseñanza, sino que asocia a ella, para confirmar la veracidad de lo que dice, su poder taumatúrgico. Además, no se detiene en la exégesis del texto, en su explicación. Él afirma que lo que explica es realidad cumplida, pero cumplida en Él. Dice en la sinagoga de Nazareth: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír" (Lc 4,21).
Anticonformista – Independiente. Es la actitud de Jesús ante la mentalidad corriente frente a los hechos de determinados personajes de la época, como por ejemplo: publicanos, ricos, colaboracionistas con los romanos invasores, con los abiertamente ladrones, y en su actitud ante las prostitutas. Nunca ha justificado ni el mal ni el pecado sino que siempre ha tenido un comportamiento benigno hacia las personas arrepentidas por su modo de vida moralmente incorrecto, hasta llegar a afirmar que: "los publicanos y las prostitutas (arrepentidas) los precederán en el Reino de Dios" (Mt 21,31-32).
Primado de la Interioridad: Jesús rechaza todo legalismo y ritualismo exasperado, desproporcionado y opresivo, y afirma en cambio, el primado de la intencionalidad y de la pureza interior. Rechaza por ejemplo la distinción entre alimentos puros e impuros (Mt 10, 10-20), suscitando el escándalo de los fariseos. No es lo que entra en el hombre lo que lo contamina, sino lo que sale de su corazón (Mc 7, 18-23).
La pobreza espiritual. Jesús considera la riqueza un riesgo y la pobreza espiritual un privilegio (cf Mt 5,3 – Mt 10, 23-26 – y Lc 6, 20-25).
Condena el divorcio. El divorcio era practicado pacíficamente en la sociedad griega y romana y aceptado en el ambiente hebreo. Jesús es contrario a esto y declara adúltero a quien repudia a su cónyuge legítimo (Mc 10,11-12), y a quien desposa a un repudiado (Mc 5, 32). Quizás nunca como en este caso Jesús va contra la corriente, tanto es así que los discípulos, casi con ironía, afirman que no conviene casarse (Mt 19, 10).
La virginidad para el Reino. La propuesta que el Señor hace va contra la corriente y Él mismo lo confirma: "No todos entienden este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido" (Mt 19, 10-12). Nunca se había escuchado una opinión tan contrastante con el sentir común, tan chocante y provocadora ya que Jesús propone una realidad para todos y no sólo para las sectas, como la de los Esenios, que seguramente conocía.
La fuente de la originalidad. ¿De dónde tomaba el Señor la luz y la fuerza para este modo de pensar tan original y tal vez, tan provocador? ¿Qué fuente escondida fecunda el pensamiento y el comportamiento de este insólito "maestro de Israel"? Hemos llegado a los umbrales de su más celoso secreto: el corazón y el sentido de la vida interior de Jesús es su fortísimo "sentido del Padre".
La paternidad de Dios en el Antiguo Testamento: En el Antiguo Testamento, pensar en Dios como padre no era una novedad (cf Os. 11, 1-4). Pero la paternidad de Dios era vista como providencia, cuidado (Sal 86,6 – 103,13), relacionado con el entero pueblo de Israel (cf Jer 31,9), o del rey, que personificaba al entero Israel (Sal 89,27).
El sentido del Padre en Jesús: Nadie en Israel nunca hizo de la paternidad de Dios una experiencia tan personal parangonable a la de Jesús. Desde la infancia Él siente que debe dedicarse a las cosas de su Padre (Lc2, 49). Es la primera frase suya que recogen los Evangelios. La última frase es: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46). Entre la primera y la última frase, Jesús, o habla con el Padre o habla del Padre. La fuente de este comportamiento suyo es el entretenerse con el Padre, o sea, la oración: larga, silenciosa, continua.
La plegaria de Jesús: Jesús ora en el momento del bautismo (cf. Lc 3,21), antes de intervenir a favor de los desventurados que recurren a Él (cf. Mc 7,34 y 9,29 – Jn 11,41 – Mt 14,19), antes de elegir a los apóstoles (Lc 6, 12-15), durante la transfiguración (Lc 9,29), como conclusión de la última cena (Jn 17, 1-26), antes de la pasión (Mt 26, 36-42 y sinópticos).
El contenido de la plegaria: ¿Qué decía Jesús al Padre? No lo sabemos. Pero sabemos cuál era la esencia de su oración: la adoración y la alabanza (Mt 11,25). El agradecimiento (Jn 11,41). La súplica por la gloria divina: "Padre, glorifica tu Nombre" (Jn 12,28). La súplica a favor de sus amigos: "Padre, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste" (Jn 17,11). La súplica a favor de sus enemigos: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34). Lo que no hay en su plegaria es el arrepentimiento y el pedido de perdón para sí. O el sentido del temor frente al Santo por excelencia, como lo tuvo el profeta Isaías (Is 6,5). La comunión con Dios es para Él, luz y seguridad, por lo cual habla libremente y sin temor de equivocarse, porque sabe que su Padre está con Él (Jn 16,32) y su alimento es hacer su voluntad (Jn 4,34), aún cuando ésta comporte sufrimiento (Mt 26,39). La frase que mejor sintetiza la plegaria del Señor es: "Sí, Padre" (Mt 11,26). San Pablo dice lo mismo cuando afirma que en Jesús no hubo "si y no". ¡En Él sólo hubo el sí! (Cor 1,29).
La síntesis de su doctrina: Podemos sintetizar la doctrina de Jesús sobre el Padre con estas palabras: "El Padre os ama" (Jn 16,27). Por amor crea y sostiene el universo "Mi Padre trabaja siempre" (Jn 5,17), y Juan afirma que "Dios es amor" (4,8). Además, siendo nosotros sus hijos, estamos llamados a asemejarnos a Él: "Sed misericordiosos como lo es vuestro Padre" (Lc 6,36) y "Sed perfectos como lo es vuestro Padre" (Mt 5,48). La esencia de la religión está en el responder al amor de Dios con nuestro amor: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu, y amarás al prójimo como a ti mismo". De estos dos mandamientos depende toda la Ley y los profetas" (Mt 22, 35-40). El amor es la síntesis de toda la religión.
El fin del nacionalismo religioso: En este sentido no hay más fronteras de nacionalidad. La fe fue dada a todos los pueblos y no sólo a los hebreos. Éstos entonces, no pueden tener la pretensión de monopolizarla (Lc 4, 25-28).
Originalidad absoluta: Ningún hombre, ninguno entre los grandes maestros de la Humanidad, ninguno entre los fundadores de religiones, ha expresado un pensamiento que pueda compararse a los que hemos estado exponiendo. Pero lo que sorprende más es la identificación con el Padre: "El Padre y yo somos una sola cosa" (Jn 10,30), y "El que me ha visto, ha visto al Padre" (Jn 14,9), y "Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí" (Jn 14,11). Además, Él dice de nosotros que el Padre es nuestro y nosotros somos todos hermanos, pero para Él, el Padre es "Mi Padre" (Jn 14,20).
Conclusión: Hemos buscado delinear un identikit de Jesús de Nazareth, basando nuestro análisis sobre las fuentes atendibles que poseemos: los Evangelios. Su humanidad surge un poco de las vagas nieblas en las cuales, a veces, está sumergida. Ahora la indagación deberá proseguir confiando no sólo en nuestras fuerzas y en la honestidad intelectual. Tenemos necesidad de una iluminación desde lo alto, abriéndonos a la fe para alcanzar, al finalizar nuestro discurso, no sólo a reconocer que Él es "el Cristo, el Hijo de Dios" (Mt 16,6) sino que Él "ha sido sometido a la muerte por nuestros pecados y ha sido resucitado para nuestra justificación" (Rom 4,25) para que podamos gritar "Tu eres mi Señor y mi Dios" (Jn 20,28), en tus manos confío, confiadamente, mi vida. Amen.
EL HIJO DEL DIOS VIVIENTE
Ha llegado el momento de preguntarnos quién es realmente Jesús de Nazareth. Y ha llegado el momento de preguntárnoslo como creyentes. En efecto, no podemos amurallar la fe o seguir discutiendo como si no hubiéramos estado bautizados. En efecto, el bautismo obra siempre con la gracia del Espíritu Santo que vive en nosotros. Nuestras lecciones entonces, no nos darán la fe (sabemos que la fe se propone y no se impone), pero ayudarán al fiel a profundizar la fe misma.
¿Quién es Jesús de Nazareth?
Por fuerza es necesario leer el párrafo del Evangelio de Mateo 6, 13-17: "Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo".
Aquí Jesús mismo propone el "problema Cristo". Y está interesado en un doble tipo de investigación:
- ¿Quién dice la gente quien soy? ¿Cuáles son las opiniones del mundo sobre mí?
- ¿Ustedes, quién dicen quien soy? ¿Qué cosas se dicen a Uds. mismos y al mundo sobre mí?
a)¿Quién dice la gente quien soy? ¿Cuáles son las opiniones del mundo sobre mí?
Para muchos Jesús es un mito, como Papá Noel o los Reyes Magos.
Para otros es un hombre legendario que no existió nunca, revistiéndoselo de los caracteres de la divinidad, como Hércules.
Para otros todavía, Jesús es una idea divina, una fe, algo lanzado por el espíritu que se ha concretado en una comunidad, pero sin ningún fundamento histórico. Es, en otras palabras, una proyección de las necesidades frustradas del hombre: la necesidad de milagros, la resurrección, la vida eterna, la necesidad de paz y de justicia, etc. El clásico "Príncipe Azul" de las muchachas que no encuentran marido y lo sueñan a tal punto que lo materializan.
Otros afirman que Jesús es un hombre que ha existido históricamente, fascinante en su persona y en su pensamiento, muy atractivo para las masas. En otras palabras, un genio de la humanidad: para algunos un genio religioso, para otros un genio político, para otros todavía, un genio filosófico.
Otros pensadores en fin, afirman que Jesús es un hombre histórico del cual, no obstante, no nos es posible conocer nada de cierto.
Estos son los juicios de la gente. En estos juicios podemos observar que la gente no habla nunca mal de Él. La opinión pública no le es desfavorable. Más que desacreditarlo, la gente tiende a clasificarlo, a etiquetarlo: como un mito, como una idea, como un genio, como un filósofo, como un libertador, como un hombre existido pero del cual no se sabe nada de cierto, como Pitágoras o Sócrates.
b) ¿Ustedes, quién dicen quien soy?
A la pluralidad de opiniones de la gente se opone la unidad y la unicidad de la respuesta de la Iglesia. Ella toda en conjunto sostiene que se puede dar una única respuesta: la de Pedro "Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios Viviente".
Y luego de dos mil años, también nosotros damos la misma y única respuesta. ¡La Iglesia no reconoció ni reconocerá jamás otra respuesta! Cualquier otra respuesta diversa de la que dio Pedro, por revelación del Padre, no sería válida. A tal propósito San Juan, en su segunda epístola, versículo 10, afirma: "Si alguien se presenta ante ustedes y no trae esta misma doctrina, no lo reciban en sus casas ni lo saluden". Y San Ignacio de Antioquia también pone en guardia a los fieles de la Iglesia de Esmirna contra la herejía de la época: la negación de la divinidad del Cristo: "Os pongo en guardia contra las bestias con forma humana, que no sólo no debéis recibir, sino, si es posible, no debéis encontrar. Sólo debéis orar por ellos, para que se conviertan, aunque ello es muy difícil" (IV,1).
¿Cuál es el contenido de la afirmación de Pedro? La afirmación de Pedro contiene tres elementos esenciales para la comprensión de la cristología:
- La mesianidad
- La resurrección de la muerte
- La divinidad
La mesianidad
¿Quién era el Mesías para los hebreos?
Era la figura que debía reunir en sí todas las esperanzas de Israel.
¿Qué esperanzas?
La restauración del Reino Davídico, la purificación del culto de Dios, el conocimiento de la voluntad de Yahvé, el fin del dolor de su historia: esclavitud, deportaciones, exilios, persecuciones, ocupaciones de su patria.
¿Los hebreos esperaban uno o más Mesías?
Por los testimonios de la época, sabemos que esperaban por lo menos tres: uno real, uno sacerdotal y uno profético (cf Deut 18,15 y Jn 1,21).
Jesús, con su ingreso triunfal en Jerusalén, parece querer afirmar ahora abiertamente, que Él reasume ya en sí las tres figuras del Mesías.
Entra en Jerusalén aclamado como rey davídico. Allí cumple actos proféticos: la expulsión de los vendedores del Templo, la maldición de la higuera. Se manifiesta Sumo Sacerdote como Melquisedec, consagrando el pan y el vino.
Frente a estos acontecimientos, la Iglesia primitiva, que sabe interpretar estas realidades a la luz del Espíritu Santo que la asiste, reconoce en Jesús de Nazareth al Cristo, el Ungido, el Consagrado, el Mesías, el Enviado.
No lo inventa, lo reconoce.
Intuye entonces la verdadera esencia de Jesús y por eso, por boca de Pedro, lo proclama según lo que es: el Cristo!
La resurrección de la muerte
Confesando a Jesús como el Hijo del Viviente, San Pedro afirma implícitamente que está vivo, en cuanto hijo de Aquel que posee la vida: "Dios lo ha resucitado de entre los muertos y de esto nosotros somos testigos", afirma el día de Pentecostés (Hech 3, 14-15). Si ha resucitado está vivo. Vivo en su ser corpóreo, en sí mismo y no sólo en su mensaje, en su ejemplo, en su influencia ideal sobre la historia de la humanidad, en los pobres, en los niños, en los hermanos y en la comunidad. Estas son inmanencias de Cristo, verdaderas y admirables, pero siempre subordinadas a la verdad primordial: Él está vivo en su personal identidad. ¡Sin esta certeza no estaría en nada ni en nadie!
Entonces, o esta es una verdad (y algunos por esto han vertido su sangre), o es una locura! No hay alternativa ni arreglo. Con los no creyentes podemos discutir sobre muchas cosas, pero sobre esto no se puede discutir. ¡O es así, o no es así! Si Cristo está vivo entonces cambian muchas cosas. La primera cosa que cambia es la suerte del hombre: sobre él, la muerte ya no tiene la última palabra. La resurrección de Cristo entonces revoluciona todo y convierte en verdadero todo lo que Jesús ha afirmado.
La divinidad
"Tu eres el Hijo de Dios".
Para un hebreo totalmente, rígidamente y ferozmente monoteísta esta afirmación hecha por causas naturales era impensada e ilógica.
Era históricamente impensable que un hombre, en el ambiente hebraico de hace 2000 años, pudiera ser divinizado. Y no obstante, la Iglesia apostólica, formada por hebreos, llega a esta desconcertante persuasión, obligada, como Tomás, por la evidencia de la luz de la resurrección: "Señor mío y Dios mío!" (Jn 20,28).
A la luz de la Pascua, la Iglesia apostólica comprende lo que Jesús, a lo largo de tres años de misión, ha intentado hacerle comprender, con la predicación, con el ejemplo, con los milagros, con la plegaria, con el perdón de los pecados, con el proponerse ser uno con la naturaleza divina del Padre: que Él es Dios.
CONCLUSIÓN
Ante el fenómeno Cristo, no puede existir el arreglo. Un hombre que afirma de sí mismo que es Dios, no puede tener ni nuestra estima, ni nuestro honor y no puede ser juzgado como sabio, ni justo, ni grande. A menos que no sea verdadero todo lo que Él dice de sí y todo lo que la Iglesia apostólica afirma de Él.
No se puede llegar a un acuerdo general sobre la base de una genérica estima por Cristo. Es necesario conocerlo a fondo y si se lo conoce a fondo, o se lo rechaza despreciándolo como a un loco, o se lo acepta adorándolo como Señor de nuestra vida y de la historia. O se lo rechaza o, ante Él, nos arrodillamos.
Entonces, ¿quién es para nosotros Jesús de Nazareth?
Es ¿"uno de tantos? ¿O es "Él"?
Ser cristianos significa haber entendido y haber aceptado que Jesús es el Único. El reconocimiento de su Dominio no es la conclusión de un teorema, sino una docilidad al Espíritu Santo: "Ninguno puede decir Jesús es el Señor, si no está impulsado por el Espíritu Santo" (1 Cor 12,3).
Nuestro jugarnos la vida por Él, no puede ser sino total, absoluto, definitivo, porque quien pierda su vida por Su causa, la encontrará (cf Mt 10,39).
Don Vincenzo
ATRÁS