JESÚS DE NAZARETH

HISTORIA DE UN HOMBRE-DIOS EN LA HISTORIA

Jesús de Nazareth es un "caso" absolutamente singular.
Quien es cristiano, o sea, "de Cristo", no puede no crecer en su comprensión. El deber de comprender quién es Cristo es, para los creyentes, obligatorio, inacabable, gratificante.
La búsqueda debe partir de la historia porque debe ser compartida por quienquiera que desee buscar la verdad sin prejuicios, para arribar a la teología, suponiendo en este caso la fe.
De Jesús directamente no tenemos nada: ni retratos ni autobiografías.
Todo lo que sabemos de Él es mediato, comentado por testigos que han visto, han oído, han tocado.
De Jesús entonces se puede hacer una reconstrucción aproximativa: la verdad sobre Él va siempre más allá de nuestra voluntad de identificación. Pero no obstante, a través de los documentos que poseemos sobre Él, podemos hacerle un identikit bastante seguro.
Partiendo de los Evangelios y deteniéndonos en ellos, excluimos voluntariamente a los autores paganos (Tácito, Salustio, Plinio, Séneca, etc.) y hebreos (Flavio Josefo) porque traen testimonios indirectos sobre Jesús; y los Evangelios apócrifos, porque no son atendibles.
El deseo es que al fin todos puedan llegar a proclamar con la lengua y testimonien con la vida que: "Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios", y poseer la vida en su nombre (cf Jn 20,31).

EL ASPECTO EXTERIOR

Partamos para nuestra búsqueda sobre Jesús, de su aspecto exterior, de lo que se percibía, de lo que era observable por parte de quien lo encontraba por las calles de Palestina.
¿Cómo iba vestido?
De lo que los Evangelios nos dicen, ¡iba vestido muy bien! No se viste como Juan el Bautista (vestido con pelos de camello sostenidos con un cinturón de piel) sino con la ropa de los hebreos observantes y de los notables: llevaba una túnica bastante preciosa, tanto que los soldados al pie de la cruz no quieren partirla (cf Jn 19, 23,24) y el manto de los rabinos con las franjas (cf Mt 9, 20,22).
¿Cómo se lo llama?
Se dirigen a Él con el título de "Señor y Maestro" (cf Mt 8, 6-8 – 15, 22-28 – 22, 16-24-26) y Él no rechaza estos títulos honrosos, antes bien declara que le son pertinentes: "Ustedes me llaman Señor y Maestro y hacen bien, porque lo soy" (Jn 13,13).
¿A quién frecuenta?
Su señorío le consiente ser invitado a casas de personas socialmente bien vistas (Mt 9,10 – Lc 5, 29 – 7, 36-50 – 11, 37 – 14,1 – 15,1-2), pero no desdeña hablar con los humildes y enseñar de acuerdo a las experiencias de ellos (cf las parábolas: pescadores, pastores, amas de casa, etc.). Parece que los desventurados y los oprimidos son el objeto de sus atenciones: "Vengan a Mí todos los que están cansados y oprimidos y Yo los aliviaré" (Mt 11,28).
¿Dónde vive?
En Cafarnaún de Galilea, habitualmente vive en lo de San Pedro (Mc 1,29-35 – 2,1-2). En Betania, en lo de sus amigos: Lázaro, Marta y Maria (Lc 10, 38-42). También en el extranjero, en Fenicia, tiene donde vivir (Mc 7, 24). El famoso dicho "El Hijo del hombre no tiene donde reposar su cabeza" (Mt 8,20) se entiende como expresión dirigida a aquellos que quieren seguir a Cristo en un estado de compromiso con el bienestar burgués de la vida.
¿Tenía buena salud?
Siempre en los Evangelios, Jesús se nos aparece como de buena salud. Resistente a la fatiga y al agotamiento. Ama comenzar tempranísimo la jornada (Mc 1,35), a veces permanece en vela toda la noche (Lc 6, 12), soporta el estrés (Mc 3, 20 – 6, 31).
Jesús era un formidable caminante: ¡ha recorrido toda Palestina a lo largo y a lo ancho varias veces!
¿Era hermoso o feo?
Probablemente era atractivo. Lucas (11,27-28) nos narra que una mujer hace elogios a su madre que había dado a luz un hombre de tal fascinación y Jesús la invita a poner más pertinente atención no tanto en su apariencia sino a la palabra de Dios que Él predica.
Pero aún hay un elemento que no escapa a nuestra consideración, siendo éste el espejo del alma: el ojo (Mt 6, 22). Los Evangelios consignan la mirada de Jesús, como mirar alrededor (periblépesthe), mirar a lo alto (anablépein) y mirar hacia adentro (emblépein).
Mirar alrededor indica muchas actitudes de Jesús: afecto hacia los discípulos (Mc 3,34), desdén (Mc 3,5 y 11,11). El mirar hacia arriba indica la postura de la oración (Mc 6,41 y 7,34). El mirar hacia adentro indica en cambio el escrutar los corazones y los pensamientos (Lc 17,18 y Mc 10,21) y sobre todo, la mirada que marca para siempre a San Pedro (Jn 1,41 y Lc 22, 61-62).

LA PSICOLOGÍA DE JESÚS

También sobre este punto los Evangelios nos revelan, a través de varios testimonios, los pensamientos, la mentalidad, los afectos, los sentimientos, el temperamento, el estilo expresivo comportamental de Jesús de Nazareth.

LA ORIGINALIDAD DE SU DOCTRINA Y DE SUS ACTOS

EL HIJO DEL DIOS VIVIENTE

Ha llegado el momento de preguntarnos quién es realmente Jesús de Nazareth. Y ha llegado el momento de preguntárnoslo como creyentes. En efecto, no podemos amurallar la fe o seguir discutiendo como si no hubiéramos estado bautizados. En efecto, el bautismo obra siempre con la gracia del Espíritu Santo que vive en nosotros. Nuestras lecciones entonces, no nos darán la fe (sabemos que la fe se propone y no se impone), pero ayudarán al fiel a profundizar la fe misma.
¿Quién es Jesús de Nazareth?
Por fuerza es necesario leer el párrafo del Evangelio de Mateo 6, 13-17: "Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo".
Aquí Jesús mismo propone el "problema Cristo". Y está interesado en un doble tipo de investigación:

  1. ¿Quién dice la gente quien soy? ¿Cuáles son las opiniones del mundo sobre mí?
  2. ¿Ustedes, quién dicen quien soy? ¿Qué cosas se dicen a Uds. mismos y al mundo sobre mí?

a)¿Quién dice la gente quien soy? ¿Cuáles son las opiniones del mundo sobre mí?

Estos son los juicios de la gente. En estos juicios podemos observar que la gente no habla nunca mal de Él. La opinión pública no le es desfavorable. Más que desacreditarlo, la gente tiende a clasificarlo, a etiquetarlo: como un mito, como una idea, como un genio, como un filósofo, como un libertador, como un hombre existido pero del cual no se sabe nada de cierto, como Pitágoras o Sócrates.

b) ¿Ustedes, quién dicen quien soy?

A la pluralidad de opiniones de la gente se opone la unidad y la unicidad de la respuesta de la Iglesia. Ella toda en conjunto sostiene que se puede dar una única respuesta: la de Pedro "Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios Viviente".
Y luego de dos mil años, también nosotros damos la misma y única respuesta. ¡La Iglesia no reconoció ni reconocerá jamás otra respuesta! Cualquier otra respuesta diversa de la que dio Pedro, por revelación del Padre, no sería válida. A tal propósito San Juan, en su segunda epístola, versículo 10, afirma: "Si alguien se presenta ante ustedes y no trae esta misma doctrina, no lo reciban en sus casas ni lo saluden". Y San Ignacio de Antioquia también pone en guardia a los fieles de la Iglesia de Esmirna contra la herejía de la época: la negación de la divinidad del Cristo: "Os pongo en guardia contra las bestias con forma humana, que no sólo no debéis recibir, sino, si es posible, no debéis encontrar. Sólo debéis orar por ellos, para que se conviertan, aunque ello es muy difícil" (IV,1).
¿Cuál es el contenido de la afirmación de Pedro? La afirmación de Pedro contiene tres elementos esenciales para la comprensión de la cristología:

La mesianidad
¿Quién era el Mesías para los hebreos?
Era la figura que debía reunir en sí todas las esperanzas de Israel.
¿Qué esperanzas?
La restauración del Reino Davídico, la purificación del culto de Dios, el conocimiento de la voluntad de Yahvé, el fin del dolor de su historia: esclavitud, deportaciones, exilios, persecuciones, ocupaciones de su patria.
¿Los hebreos esperaban uno o más Mesías?
Por los testimonios de la época, sabemos que esperaban por lo menos tres: uno real, uno sacerdotal y uno profético (cf Deut 18,15 y Jn 1,21).
Jesús, con su ingreso triunfal en Jerusalén, parece querer afirmar ahora abiertamente, que Él reasume ya en sí las tres figuras del Mesías.
Entra en Jerusalén aclamado como rey davídico. Allí cumple actos proféticos: la expulsión de los vendedores del Templo, la maldición de la higuera. Se manifiesta Sumo Sacerdote como Melquisedec, consagrando el pan y el vino.
Frente a estos acontecimientos, la Iglesia primitiva, que sabe interpretar estas realidades a la luz del Espíritu Santo que la asiste, reconoce en Jesús de Nazareth al Cristo, el Ungido, el Consagrado, el Mesías, el Enviado.
No lo inventa, lo reconoce.
Intuye entonces la verdadera esencia de Jesús y por eso, por boca de Pedro, lo proclama según lo que es: el Cristo!

La resurrección de la muerte

Confesando a Jesús como el Hijo del Viviente, San Pedro afirma implícitamente que está vivo, en cuanto hijo de Aquel que posee la vida: "Dios lo ha resucitado de entre los muertos y de esto nosotros somos testigos", afirma el día de Pentecostés (Hech 3, 14-15). Si ha resucitado está vivo. Vivo en su ser corpóreo, en sí mismo y no sólo en su mensaje, en su ejemplo, en su influencia ideal sobre la historia de la humanidad, en los pobres, en los niños, en los hermanos y en la comunidad. Estas son inmanencias de Cristo, verdaderas y admirables, pero siempre subordinadas a la verdad primordial: Él está vivo en su personal identidad. ¡Sin esta certeza no estaría en nada ni en nadie!
Entonces, o esta es una verdad (y algunos por esto han vertido su sangre), o es una locura! No hay alternativa ni arreglo. Con los no creyentes podemos discutir sobre muchas cosas, pero sobre esto no se puede discutir. ¡O es así, o no es así! Si Cristo está vivo entonces cambian muchas cosas. La primera cosa que cambia es la suerte del hombre: sobre él, la muerte ya no tiene la última palabra. La resurrección de Cristo entonces revoluciona todo y convierte en verdadero todo lo que Jesús ha afirmado.

La divinidad

"Tu eres el Hijo de Dios". Para un hebreo totalmente, rígidamente y ferozmente monoteísta esta afirmación hecha por causas naturales era impensada e ilógica.
Era históricamente impensable que un hombre, en el ambiente hebraico de hace 2000 años, pudiera ser divinizado. Y no obstante, la Iglesia apostólica, formada por hebreos, llega a esta desconcertante persuasión, obligada, como Tomás, por la evidencia de la luz de la resurrección: "Señor mío y Dios mío!" (Jn 20,28).
A la luz de la Pascua, la Iglesia apostólica comprende lo que Jesús, a lo largo de tres años de misión, ha intentado hacerle comprender, con la predicación, con el ejemplo, con los milagros, con la plegaria, con el perdón de los pecados, con el proponerse ser uno con la naturaleza divina del Padre: que Él es Dios.

CONCLUSIÓN

Ante el fenómeno Cristo, no puede existir el arreglo. Un hombre que afirma de sí mismo que es Dios, no puede tener ni nuestra estima, ni nuestro honor y no puede ser juzgado como sabio, ni justo, ni grande. A menos que no sea verdadero todo lo que Él dice de sí y todo lo que la Iglesia apostólica afirma de Él.
No se puede llegar a un acuerdo general sobre la base de una genérica estima por Cristo. Es necesario conocerlo a fondo y si se lo conoce a fondo, o se lo rechaza despreciándolo como a un loco, o se lo acepta adorándolo como Señor de nuestra vida y de la historia. O se lo rechaza o, ante Él, nos arrodillamos.
Entonces, ¿quién es para nosotros Jesús de Nazareth?
Es ¿"uno de tantos? ¿O es "Él"?
Ser cristianos significa haber entendido y haber aceptado que Jesús es el Único. El reconocimiento de su Dominio no es la conclusión de un teorema, sino una docilidad al Espíritu Santo: "Ninguno puede decir Jesús es el Señor, si no está impulsado por el Espíritu Santo" (1 Cor 12,3).
Nuestro jugarnos la vida por Él, no puede ser sino total, absoluto, definitivo, porque quien pierda su vida por Su causa, la encontrará (cf Mt 10,39).

Don Vincenzo

 

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