EL MUÑECO DE SAL
Había una vez un muñeco de sal.
Luego de haber recorrido tierras desiertas y áridas, alcanzó a descubrir el mar,
que nunca había visto y por lo tanto, no lo podía entender.
El muñeco le preguntó: ¿quién eres? -Yo soy el mar.
Y el muñeco: -¿qué es el mar?
Y el mar respondió: ¡Soy yo!
No te entiendo, agregó el muñeco de sal. Pero ¿cómo podría llegar a entenderte, ya que
lo deseo intensamente?
Y el mar respondió: ¡Tócame!
Entonces el muñeco de sal, tímidamente, tocó el mar con la punta de sus pies y comenzó
a percibir que el mar se le hacía comprensible.
Pero enseguida se dio cuenta que le habían desaparecido los dedos de sus pies.
¿Qué me has hecho, oh! mar?
Y el mar respondió: Has dado algo de ti, para que te sea posible entenderme.
El muñeco comenzó entonces a entrar lentamente en el mar, con solemnidad y dejándose llevar,
como quien está cumpliendo el acto más importante de su vida.
A medida que entraba, iba derritiéndose; y a medida que se derretía,
tenía la impresión de conocer siempre más al mar.
El muñeco seguía repitiéndose a sí mismo: -¿qué es el mar?
Hasta que una ola lo envolvió completamente.
Y entonces, cuando estaba siendo completamente disuelto en el mar,
pudo afirmar: ¡Soy yo!
El muñeco de sal comenzó a entender el mar en la medida que daba algo de sí,
despojándose de su propio ser.
Así pasa con el hombre: a medida que se despoja de sí mismo, puede identificarse con Dios.
En el abandono total se realiza la identificación con Dios, Todo en todas las cosas.