LA SANTA MISA

La LITURGIA es el conjunto de las fiestas eclesiásticas. Así como existe el año civil, que va del primero de enero al treinta y uno de diciembre, también existe el año litúrgico o eclesiástico, que comienza el primer domingo de Adviento y concluye con el último domingo de Pentecostés.
El año litúrgico está regulado por la Pascua, que es una fiesta móvil, o sea, no tiene una fecha fija porque depende cada año de la luna. El primer plenilunio de primavera para el hemisferio norte, o de otoño para el hemisferio sur, marca la Pascua que se celebra el próximo domingo luego del plenilunio. Durante el año litúrgico se suceden, según un orden cronológico, los acontecimientos principales de la vida de Jesús y al mismo tiempo, en cada día se recuerda a un Santo.

 

EL ALTAR

La Santa Misa se celebra sobre el altar, que debe ser elevado porque representa el Calvario y porque hace más visible al Celebrante.
La parte principal del Altar es la ancha mesa de mármol, llamada MESA, sobre la cual tienen lugar los Sagrados Misterios. En general, en el centro de la misma está la PIEDRA SEPULCRAL, que contiene reliquias de Mártires, y esto para que Jesús, que es el Mártir por excelencia, mientras se inmola sea honrado por la presencia de las reliquias de sus Mártires.
Para que pueda celebrarse, la mesa del Altar debe estar recubierta por el MANTEL. Sobre el altar debe haber dos VELAS. Las velas encendidas, dando luz y calor, son el símbolo de la Fe, que ilumina la mente y calienta al corazón.
Cuando se entra en una iglesia, la primera visita y la primera oración deben hacerse a Jesús Sacramentado. Pasando ante su Tabernáculo, está indicado hacer una genuflexión con una rodilla. Si el Tabernáculo está abierto, la genuflexión se hace con las dos rodillas, inclinando a la vez la cabeza y recitando mentalmente alguna jaculatoria (por ejemplo: Jesús, ¡Te adoro! ). La genuflexión debe estar bien hecha como señal de respeto, no debiendo ser un movimiento mal hecho.
No pasar junto al Tabernáculo sin hacer una genuflexión ante el Señor, con la cual se lo adora públicamente. Inclinar con reverencia la cabeza es sólo un signo de veneración y corresponde a las imágenes pero no a Dios.
Sobre cada altar está el Crucifijo para recordarnos a cada instante que se celebra la Pasión y el Sacrificio de Jesús.

EL COLOR DE LOS PARAMENTOS

En las funciones litúrgicas y particularmente en la Santa Misa, la liturgia prescribe que los Sagrados Paramentos tengan el color adecuado a la fiesta del día.

Todo lo expresado no se hace por decoración estética, sino para concentrarse sobre el momento que se celebra.

ENTRA EL SACERDOTE

El toque de una campana interna, en el Templo, anuncia el ingreso del Sacerdote. Los fieles tienen que interrumpir entonces todas las devociones que están practicando (rosario, oraciones varias...) y concentrar toda su atención en la Misa que, celebrando el Sacrificio de Jesús, es más importante que cualquier otra oración.
Así como el sacerdote pone sus intenciones antes de celebrar, es también conveniente que los fieles pongan sus intenciones y las presenten mentalmente al Señor (por un pariente enfermo, por un amigo en dificultad, por la paz en el mundo...).

INTROITO

Introito quiere decir ingreso. El Celebrante, antes de comenzar los Santos Misterios, se humilla ante Dios con el pueblo, haciendo su confesión. Por eso recita: "Yo confieso a Dios Padre Todopoderoso..." junto a todos los fieles.

ACTOS DE HUMILDAD

Ya que la plegaria del humilde va directo al Trono de Dios, el Celebrante, en su nombre y en el de todos los fieles, dice: "Señor, ten piedad, Cristo, ten piedad, Señor, ten piedad".

ORACIÓN

En los días festivos el sacerdote y los fieles elevan un himno de alabanza y de aclamación a la Santísima Trinidad, recitando: "Gloria a Dios en las alturas...".
En seguida el Celebrante recita la oración del día, con la cual pide a Dios la gracia correspondiente al Misterio que se celebra.

LECTURAS

La instrucción es necesaria para conocer la voluntad de Dios y ponerla en práctica, por lo que el sacerdote o los laicos que se ofrecen a ello, leen en voz alta las Lecturas. En los días festivos son dos, a las que se intercala el Salmo Responsorial. Una corresponde al Antiguo Testamento y otra al Nuevo Testamento, para subrayar que Jesús vino no a anular las leyes del Antiguo Testamento, sino a ampliarlas. Terminadas las Lecturas, y ya que el recibir instrucción es una gracia divina, los fieles agradecen al Señor diciendo: "Demos gracias a Dios".

EVANGELIO

La instrucción principal se recibe por medio del Evangelio. Antes de la lectura del Evangelio es necesario ponerse de pie, en obsequio a la Palabra de Dios y para significar la prontitud con la que se debe estar dispuestos a cumplir las órdenes del Señor.
Junto al Celebrante, los fieles hacen tres pequeños signos de la Cruz, se persignan: sobre la frente, sobre los labios y sobre el corazón. Su significado es éste: la Palabra de Dios esté en nuestras mentes, sea nuestra palabra, esté escrita en nuestros corazones.
Terminada la lectura del Evangelio, se da gloria a Jesús diciendo: "¡Gloria a Ti, Señor!". En los días festivos o cuando las circunstancias lo permiten, terminada la lectura del Evangelio, el sacerdote hace la prédica u HOMILIA. Es deber de todos escuchar atentamente la prédica y los eventuales avisos que da el sacerdote. Es necesario entonces, no efectuar oraciones privadas. Lo que se aprende en la Homilía ilumina y fortifica el espíritu, podrá y deberá servir para hacer apostolado en casa, en los lugares de trabajo, llevando los puntos más importantes a las almas necesitadas.
Terminada la Homilía, debe quedar en nuestras mentes un pensamiento espiritual o un propósito que sirva para el día o para la semana. Si no se saca algún provecho de la Homilía, sólo se perdió tiempo en escucharla.

CREDO

Los fieles, ya instruidos por las Lecturas y por el Evangelio, hacen la profesión de fe, recitando el Credo junto al Celebrante.
El Credo, o Símbolo Apostólico, es el conjunto de las principales verdades reveladas por Dios y enseñadas por los Apóstoles. Mientras se lo recita, se está de pie, queriendo así expresar la propia convicción a creer y la disposición a profesar la fe sin ninguna rémora.

OFERTORIO

El Celebrante toma el Cáliz y lo pone en el lado derecho. Toma la Patena con la Hostia, la eleva y la ofrece a Dios. Luego derrama en el Cáliz un poco de vino y algunas gotas de agua. La unión del vino y del agua representa nuestra unión con la vida de Jesús, el cual asumió la forma humana.
El sacerdote, elevando el Cáliz, ofrece a Dios el vino, que deberá estar consagrado. Continuando con la celebración y acercándose el momento sublime del Divino Sacrificio, la Iglesia quiere que el Celebrante se purifique aún más, por lo que prescribe el lavatorio de las manos.
El Santo Sacrificio es ofrecido por el sacerdote en unión con todos los fieles, los cuales toman parte activa en él con la presencia, la oración y las respuestas litúrgicas. Por esta razón, el Celebrante se dirige a los fieles, diciendo: "Rogad hermanos, para que mi sacrificio y el vuestro, sea agradable a Dios Padre Todopoderoso". Los fieles responden: "El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de Su Nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia".

OFRECIMIENTO PRIVADO

Como se ha visto, el Ofertorio es uno de los momentos más importantes de la Misa, por lo que en este momento cada fiel puede hacer su Ofertorio personal, ofreciendo a Dios cuanto crea que pueda ser agradable a Él. Por ejemplo: "Te ofrezco, Señor, mis pecados, los de mi familia, los del mundo entero. Te los ofrezco para que Tu los destruyas con la Sangre de Tu Divino Hijo. Te ofrezco mi débil voluntad para reforzarla en el bien. Te ofrezco todas las almas, aún aquellas que están bajo la esclavitud de satanás. Tu, oh Señor, sálvalas todas".

PREFACIO

El Celebrante recita el Prefacio, que significa Alabanza Solemne y como introduce la parte central del Sacrificio Divino, conviene intensificar el recogimiento, uniéndose a los Coros de Ángeles presentes alrededor del Altar.

CANON

El Canon es un conjunto de oraciones que el sacerdote recita hasta la Comunión. Se llama así porque estas plegarias son taxativas e invariables en cada Misa.

CONSAGRACIÓN

El Celebrante recuerda todo lo que Jesús hizo durante la Última Cena, antes de consagrar. En este momento el Altar es otro Cenáculo donde Jesús, por medio del Sacerdote, pronuncia las palabras de la Consagración y obra el prodigio de cambiar el pan en Su Cuerpo y el vino en Su Sangre.
Hecha la Consagración, el milagro eucarístico se ha producido: la Hostia, por virtud divina, se ha transformado en el Cuerpo de Jesús, con su Sangre, Alma y Divinidad. Es este el "Misterio de la Fe".
Sobre el Altar está el Paraíso, porque está Jesús con Su Corte Angélica y Maria, Su y Nuestra Madre. El sacerdote se arrodilla y adora a Jesús Sacramentado y luego eleva la Santa Hostia, para que los fieles puedan verla y adorarla. No debe dejar de mirarse la Hostia Divina y debe decirse mentalmente "Señor Mío y Dios mío".
El Celebrante, prosiguiendo, consagra el vino. El vino del Cáliz cambió su naturaleza y se ha transformado en la Sangre de Jesús Cristo. El Celebrante la adora, luego eleva el Cáliz para hacer adorar a los fieles la Divina Sangre. Se aconseja con tal fin, recitar la siguiente plegaria mientras se mira el Cáliz: "Eterno Padre, yo os ofrezco la Sangre Preciosísima de Jesucristo en remisión de mis pecados, en sufragio de las almas santas del Purgatorio y por las necesidades de la Santa Iglesia".

PADRE NUESTRO

El Celebrante toma la patena con la Hostia y el Cáliz y, elevándolos juntos, dice: "Por Cristo, con Cristo y en Cristo, a Ti, Dios Padre Omnipotente, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos". Los presentes dicen " Amen".
Esta breve oración da a la Divina Majestad una gloria sin límites, porque el sacerdote, en nombre de la humanidad, da honor a Dios Padre por medio de Jesús, con Jesús y en Jesús.
En este momento el Celebrante recita el Padre Nuestro.
Jesús dijo a los Apóstoles "Cuando entre en una morada decid: La paz sea a esta casa y a cuantos la habitan". Por eso el Celebrante pide la Paz para toda la Iglesia.
Sigue la invocación: "Cordero de Dios..."

COMUNIÓN

Quien quiera recibir la Comunión debe disponerse devotamente. Sería bueno que todos reciban la Comunión, pero como todos no están preparados para recibirla, aquellos que no puedan recibirla, hagan una Comunión Espiritual, la cual consiste en un vivo deseo de recibir a Jesús.
Para la Comunión Espiritual podría servir la siguiente invocación: "Jesús mío, querría recibirte sacramentalmente. No siendo esto posible, ven a mi corazón en espíritu, purifica mi alma, santifícala y dame la gracia de amarte siempre más". Dicho esto, hay que recogerse en oración, como si realmente se hubiera comulgado.
La Comunión Espiritual puede hacerse varias veces al día, aún estando fuera de la Iglesia. Por otra parte, se recuerda que es necesario ir hacia el Altar de modo ordenado y en el debido tiempo. Muy a menudo se observan fieles que se mueven de sus bancos hacia el Altar con toda prisa, como si fueran a tomar los primeros puestos de un espectáculo. Esto constituye una grave falta de respeto ante todo, hacia Jesús Sacramentado y luego, hacia los otros fieles, turbando su recogimiento con alborotos y ruidos de tacos.
Presentándose ante Jesús, hay que tener cuidado que nuestro cuerpo sea modesto en la mirada y en la ropa y presentación personal. Si se desea tomar la Hostia Divina con las manos, cuidar que estén pulcras y en la posición justa, con la palma de la mano izquierda sobre la palma de la mano derecha, para que se tome con esta última la Partícula y se la lleve a la boca. Se debe hacer esto por respeto a Jesús y para dar buen ejemplo.
Recibida la Partícula, debe regresarse al banco ordenadamente, tratando de hacer bien la acción de gracias.
Recogerse en oración y alejar de la mente todo pensamiento que distraiga. Es satanás quien lleva distracciones al fiel para que éste no utilice a pleno este tiempo precioso.
Reavivar la fe pensando que la Hostia recibida es Jesús, vivo y verdadero y que Él está a tu disposición para perdonarte, para bendecirte y para darte Sus tesoros.
Quien se acerque a ti durante la jornada, debe darse cuenta que has comulgado y lo demostrarás si serás dulce y paciente.

CONCLUSIÓN

Terminado el Sacrificio, el sacerdote despide a los fieles, invitándolos a agradecer a Dios e imparte la Bendición. Debe recibírsela con devoción, santiguándose con la señal de la Cruz. Luego de esto, el sacerdote dice: "La Misa ha concluido, id en paz". Se responde: "Demos gracias a Dios".
Esto no quiere decir que agotamos nuestro deber de cristianos participando en la Misa, sino que nuestra misión comienza ahora, con el difundir entre nuestros hermanos la Palabra de Dios.
La Misa es sustancialmente el mismo sacrificio de la Cruz. Sólo es distinto el modo del ofrecimiento. Tiene los mismos fines y produce los mismos efectos que el sacrificio de la Cruz, realizando cumplidamente su finalidad:

Adoración

El sacrificio de la Misa da a Dios una adoración digna de Él. Con la Misa podemos dar a Dios todo el honor que le es debido en reconocimiento por su infinita majestad y por su supremo dominio, de la manera más perfecta posible y en grado rigurosamente infinito. Una sola Misa glorifica a Dios más que cuanto lo glorifican en el Cielo por toda la eternidad todos los ángeles y santos.
Dios responde a esta incomparable glorificación inclinándose amorosamente hacia todas sus criaturas. De aquí el inmenso valor de santificación que encierra para nosotros el santo sacrificio de la Misa. Todos los cristianos deberían convencerse que es mil veces preferible unirse a este sublime sacrificio antes que cumplir habituales prácticas de devoción.

Agradecimiento

Los inmensos beneficios de orden natural y sobrenatural que hemos recibido de Dios nos han hecho contraer hacia Él una deuda infinita de gratitud que podemos saldar sólo con la Misa.
Por medio de ella ofrecemos al Padre un sacrificio eucarístico, o sea de agradecimiento, que supera infinitamente nuestra deuda. Es Cristo mismo el que, inmolándose por nosotros, agradece a Dios los beneficios que nos concede. A su vez el agradecimiento es fuente de nuevas gracias porque al Benefactor le agrada la gratitud. Este efecto eucarístico se produce infaliblemente y de forma independiente a nuestras disposiciones.

Reparación

Después de la adoración y el agradecimiento, no hay deber más urgente hacia el Creador que la reparación de las ofensas que ha recibido de nosotros. También bajo este aspecto el valor de la Santa Misa es absolutamente incomparable, ya que con ella ofrecemos al Padre la infinita reparación de Cristo con toda su eficacia redentora.
Este efecto no se nos aplica en toda su plenitud, sino que se nos aplica en grado limitado, según nuestras disposiciones. No obstante:

  1. nos obtiene, si no encuentra obstáculos, la gracia actual necesaria para el arrepentimiento
    de nuestros pecados. Para obtener de Dios la conversión de un pecador no hay nada más
    eficaz que el ofrecimiento del santo sacrificio de la Misa y de las plegarias hechas al Señor
    durante su celebración, para que elimine del corazón de este pecador cuanto se opone a su
    arrepentimiento.
  2. redime siempre infaliblemente, si no encuentra obstáculos, por lo menos parte de la pena
    temporal que se debe pagar por los pecados en este mundo o en el otro. La Misa es, entonces
    útil también a las almas del Purgatorio. El grado y la medida de esta remisión depende de
    nuestras disposiciones. Ningún sufragio es más útil a las almas de Purgatorio como la
    aplicación de la Misa.

Petición

Nuestra indigencia es inmensa. Tenemos continuamente necesidad de luz, de fuerza y de consolación. Encontraremos estos socorros en la Misa. La Misa, por sí, mueve infaliblemente a Dios a conceder a los hombres todas las gracias que necesitan, pero el don efectivo de estas gracias depende de nuestras disposiciones.
Nuestra oración, incluida en la Santa Misa, entra no sólo en el inmenso río de oraciones litúrgicas, lo que le confiere una dignidad y eficacia especiales, sino que se confunde con la oración infinita de Cristo, que el Padre siempre escucha.
No hay novena o triduo que se pueda parangonar con la eficacia impetratoria de una sola Misa.
A grandes líneas, tales son las infinitas riquezas encerradas en la Santa Misa. Por esto los Santos, iluminados por Dios, tenían por ella una grandísima estima. Hacían del sacrificio del altar el centro de su vida, la fuente de su espiritualidad.
Pero para obtener el máximo fruto de ella, es necesario insistir sobre las disposiciones por parte de quienes participan en la Misa. Las principales disposiciones son de dos especies: externas e internas.

Participar en la Santa Misa con estas disposiciones está, indudablemente, entre los principales instrumentos de santificación.

 

Fuentes bibliográficas:

  1. Don G. Tomaselli - La Santa Messa - Scuola Grafica Salesiana - Palermo
  2. A. Royo Marin - Teologia della perfezione cristiana - Edizioni Paoline

 

"...La Santa Misa es el compendio de las maravillas que Dios ha operado con los hombres: quiere decir, asistir al gran sacrificio de la Pasión y Muerte de Jesús. En la Santa Misa se contemplan y se celebran los grandes misterios de Dios..."

(Belpasso, mensaje 1º de marzo de 1988)

 

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