MARIA EN NUESTRA VIDA

En la vida de cada cristiano llega un tiempo en el que, antes o después, uno se encuentra con la persona de Maria, por el simple hecho que Maria ha vivido una vida como la nuestra, una vida en la fe, con la diferencia que Ella ha vivido, no la duda, sino la oscuridad de la fe misma.
Apoyada únicamente en la Palabra de Dios, vivió en la penumbra, guiada por una pequeña luz que brillaba en la noche.
Siempre me impresionó la frase de Lucas, luego de la Anunciación:
"Y el ángel se alejó de ella" (Lc 1, 38), con la cual el evangelista ha querido poner de manifiesto la desnudez de la fe, o mejor, de la confianza que deriva de la fe, de esta mujer excepcional.
Maria queda sola. Nunca más una comunicación extraordinaria. Nunca más un mensaje que le dé seguridad, o que le elimine la oscuridad. Debe recorrer el camino con ayuda de la propia fe, como nosotros, y no con la asistencia del ángel. En este sentido, Maria es modelo de nuestra confianza.
Y la experiencia nos enseña que debemos recurrir a Ella en todas las dificultades que llegan desde las tinieblas de la fe.
Del resto, cuando alcanzamos a comprender que el único problema de la vida es tener confianza en Cristo, descubrimos al mismo tiempo la importancia de la plegaria de súplica y del rosario como incremento de nuestra confianza en la meditación de la vida del Señor y de su Madre, en un continuo suplicar:
"ruega por nosotros, pecadores".
Maria es la única criatura que tuvo confianza absoluta en Dios, apoyándose únicamente en su Palabra y dejando de lado todas las evidencias humanas que se oponían a su fe. Se comprenden ahora las palabras de Isabel: "Feliz aquella que ha creído en el cumplimiento de las palabras del Señor" (Lc 1, 45). Se comprende ahora por qué los creyentes, llamados a explorar los límites de su fe consciente, recurran a Maria en la oración.
Cuando nos proyectamos a los límites de nuestras posibilidades, no nos queda más que arrodillarnos y suplicar. Y así encontraremos a Maria en oración en el Cenáculo con los Once.
Para acercarnos al misterio de su oración, es necesario contemplarla luego de la resurrección, o sea, en el momento en el que Maria recibe el Espíritu:
"(Los Apóstoles) eran asiduos y concordes en la oración, junto con algunas mujeres y con Maria la madre de Jesús, y con sus hermanos" (Hech 1,14).
Leyendo los Hechos, se ve claramente que Maria tuvo un papel muy importante, diría central, en el sostener la fe de los Apóstoles y en el ayudarlos a liberarse de todo temor del futuro.
"Llegados a la ciudad, subieron a la planta alta donde vivían" (Hech 1, 13). Maria había tomado la costumbre de recogerse en la cámara alta de su corazón, además de la cámara de la casa, y allí aguardaba la visita del Espíritu Santo. Yo creo que viéndola orar, los Apóstoles comprendieron que la sola actitud válida era aquella de permanecer en silencio, rezando y esperando lo que Jesús había prometido. Maria ha orado e invocado por "el don del Espíritu Santo, que en la Anunciación la había puesto ya bajo su sombra" . Su presencia en el Cenáculo ha sido similar a la de un espejo parabólico que concentra los rayos solares hasta alcanzar un altísimo calor. Maria no es el sol, pero su confianza atrae los rayos del verdadero sol.
Por diez días los Apóstoles se quedaron en el Cenáculo y a través del espejo parabólico de Maria, se expusieron al calor de la zarza ardiente. Finalmente sus corazones se hicieron incandescentes y encendieron el fuego de la Iglesia y del mundo
: "Aparecieron unas lenguas como de fuego que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse". (Hech 2, 3-4).
También a nosotros puede suceder lo mismo si nos retiramos al Cenáculo con Ella, si a la par de José, no tenemos temor de recibirla con nosotros (Mt 1, 20), si como Juan la llevamos a nuestra casa, o sea, a nuestra existencia, y la consideramos nuestra madre (Jn 19, 27).
Evidentemente alguien dirá que es necesario ir directamente a Dios a través de Cristo, que el único mediador es Cristo, etc. De acuerdo. Maria no es el sol, pero atrae sus rayos con su humildad, su pobreza, su confianza, y sobre todo, con su humanidad. El imán que atrae a los hombres hacia Dios es la humanidad de Maria en cuanto totalmente humanidad rescatada, concebida por añadidura, sin pecado, y por eso, apta para dar humanidad al Hijo.
Y Maria es tan discreta aunque se preocupa, y de mil modos nos empuja y nos encamina a la conversión, pero la mayor parte de las veces permanecemos sordos a su
: "Haced todo lo que Él os diga" (Jn 2,5)
El fuego de la zarza ardiente nos pide permiso para penetrar en nosotros y consumirnos, pero nosotros tememos ser quemados y siempre postergamos este holocausto trinitario. No nos gusta exponernos mucho al fuego del amor porque tememos los golpes de sol. No podremos evitar ser abrasados por el ardor de los rayos, porque es la condición de nuestra belleza interior
: "Negra soy, pero hermosa… No mireis que soy morena, porque me ha bronceado el sol" (Cant 1,5-6).
Los Padres han parangonado con frecuencia la acción de Maria a un bálsamo que suaviza nuestro ser para que se deje broncear por el sol. En todas las dificultades de la fe es indispensable recurrir a la Santísima Virgen que nos inspira la confianza y el abandono con docilidad y sin irritación. Maria nunca abandona a aquellos que recurren a su intercesión y van a Ella con confianza porque es la madre de la misericordia.
Por otra parte, no es Ella que de por sí es misericordiosa, sino el Cristo que revela en Ella el rostro más profundo y misterioso del Padre, el de su misericordia.
En este sentido, los fieles de rito bizantino invocan a la Madre de Dios con el canto de la Paraklisis:
"Oh! pecadores e infelices, corramos siempre hacia la Madre de Dios y postrémonos en el arrepentimiento (metanoia), gritando desde el fondo del alma: Oh! Soberana, socórrenos, muévete a piedad hacia nosotros; apresúrate, estamos por perdernos por la multitud de pecados. No despidas a tus siervos desilusionados, porque Tu eres nuestra única esperanza" (confrontar con el Memorare, de San Bernardo).
Es una plegaria plena de confianza en Aquella que puede, porque Dios está en Ella. En Aquella que posee la paresia, o sea, la capacidad de permanecer a cabeza alzada delante del Señor, y de ser escuchada.
Después del Cenáculo y de Pentecostés, Maria se sumergirá siempre más en el silencio y en la oración; la Escritura no la menciona más, ya que su misión se identifica con la primera comunidad.
En la comunidad de creyentes es la Madre del Señor y también la Madre de la Iglesia naciente, pero sobre todo es la creyente por excelencia. Por eso podemos decir que Ella ha expresado su fe en la plegaria asidua, en la comunión fraterna, en la fracción del pan, en la alegría, en la simplicidad del corazón, en la alabanza y en el gozar de la simpatía de todo el pueblo (cf Hech 2, 46-48).
La oración de la Madre de Dios y de los primeros cristianos es entonces, una plegaria asidua y toda centrada en la alabanza de Dios; es también una plegaria del corazón muy simple, en un clima de gozo y de alegría.
El evangelio de Juan con da también un indicio precioso sobre la vida de Maria luego de la Pasión de Jesús.
Jesús, en el momento de su muerte, se dirige a la madre y le da como hijo al discípulo que amaba. Luego se dirige al discípulo y le da a Maria como madre. El evangelista agrega entonces
: "y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa" (Jn 19,27).
Maria ha vivido entonces, en lo de Juan, el discípulo que Jesús amaba y que permanecía en su amor. El discípulo que Jesús ama no es un simple individuo: él representa a todos los discípulos del Cristo. En su persona estos discípulos son confiados a Maria, declarada madre de ellos.
Tenemos necesidad de ser consolados y alentados porque, desgraciadamente, nuestra vida es a veces, agitada, y estamos siempre preocupados. Estar con Maria quiere decir dejarse conducir por Ella, quiere decir tener confianza en Ella, como un niño se deja conducir por su mamá. Es necesario habituarse a otro modo de pensar, a otro modo de actuar.
No nos toca pensar en aquello que será para nuestro bien, hacer proyectos y construir nuestro mañana, porque luego Maria reforma nuestros planes y quedamos entristecidos. Es necesario tener confianza en Maria y dejar que sea Ella la que construya, momento a momento, nuestro futuro.
A nosotros nos baste decir:
"Madre, nos confiamos en Ti, nos dejamos conducir por Ti, dinos qué debemos hacer". Dejemos entonces que sea Maria la que actúe en nosotros, pero para hacer esto es necesario morir a nosotros mismos. No olvidemos que tal como estuvo bajo la cruz de Jesús, Maria estará bajo la cruz de cada uno de sus hijos, para que de aquella cruz pueda venir al mundo, todavía una vez más, la paz y la reconciliación.

Don Vicente

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